No sé cuántas veces
habré empezado por tus pupilas y habré acabado en el cielo. Cuéntales cuántas
veces fingimos ser los mejores en esto del amor y cuántas veces se lo creyó la
gente. Cuéntale que otras muchas veces ni siquiera nos hacía falta fingir, porque
éramos los mejores.
Diles que tus manos
eran el verano que necesitaba el invierno de mi cama. Y que Venecia visitaba tu
mirada, inundando Roma en mi interior. Diles todas las veces que nos hemos
encontrado sin buscarnos. Y cuántas veces fuimos melodía cuando solo había
ruido. Diles que yo habría matado las veces que hubiera hecho falta por seguir
en el verano de tus manos y de tu espalda.
Después, hazles un
recuento. De cuántas cosas le debo a tu sonrisa, y de todos los alquileres que
no he pagado por vivir en tus costillas. Hazles un recuento de todos los
sentimientos que te salían entre los dientes de la sonrisa más profunda al
mirarme. Hazles un recuento de las veces que el mundo ha girado alrededor de
nosotros.
Ve, y les recuerdas
todos los días que me has tocado al timbre, cuando el mundo se me caía a trozos
y me has dicho:
—¡ABRE!
—¿Qué? ¡Pero si
estoy fatal!
—¿En serio te
importa? Estoy enamorado de ti, estás preciosa.
Y recuérdales
cuántas veces no te he dejado acabar la frase y estábamos en menos de un
segundo desafiando al mundo. Recuérdales cuántas veces hemos sido como niños
decididos a joderlo todo, a discutir quién te quería más. Recuérdales cuántas
veces nos hemos ganado y qué pocas nos hemos perdido.
Vuelve a decirles
que nos queríamos como nadie y que nos creíamos invencibles.
Y, acuérdate, de
ponerles en la posdata que nos equivocábamos y que nos han roto en diez mil
pedazos.
No pasa
nada. Yo me encargo de recordarles que nos echamos de menos. Y de que hay
amores fugaces, pero inmortales.
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