martes, 19 de marzo de 2013


No sé cuántas veces habré empezado por tus pupilas y habré acabado en el cielo. Cuéntales cuántas veces fingimos ser los mejores en esto del amor y cuántas veces se lo creyó la gente. Cuéntale que otras muchas veces ni siquiera nos hacía falta fingir, porque éramos los mejores.

Diles que tus manos eran el verano que necesitaba el invierno de mi cama. Y que Venecia visitaba tu mirada, inundando Roma en mi interior. Diles todas las veces que nos hemos encontrado sin buscarnos. Y cuántas veces fuimos melodía cuando solo había ruido. Diles que yo habría matado las veces que hubiera hecho falta por seguir en el verano de tus manos y de tu espalda.

Después, hazles un recuento. De cuántas cosas le debo a tu sonrisa, y de todos los alquileres que no he pagado por vivir en tus costillas. Hazles un recuento de todos los sentimientos que te salían entre los dientes de la sonrisa más profunda al mirarme. Hazles un recuento de las veces que el mundo ha girado alrededor de nosotros.
Ve, y les recuerdas todos los días que me has tocado al timbre, cuando el mundo se me caía a trozos y me has dicho:

—¡ABRE!
—¿Qué? ¡Pero si estoy fatal!
—¿En serio te importa? Estoy enamorado de ti, estás preciosa.
                                                                                                                                         
Y recuérdales cuántas veces no te he dejado acabar la frase y estábamos en menos de un segundo desafiando al mundo. Recuérdales cuántas veces hemos sido como niños decididos a joderlo todo, a discutir quién te quería más. Recuérdales cuántas veces nos hemos ganado y qué pocas nos hemos perdido. 

Vuelve a decirles que nos queríamos como nadie y que nos creíamos invencibles.

Y, acuérdate, de ponerles en la posdata que nos equivocábamos y que nos han roto en diez mil pedazos.
No pasa nada. Yo me encargo de recordarles que nos echamos de menos. Y de que hay amores fugaces, pero inmortales.

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